Una cultura del Metal
Por LC Bermeo Gamboa
lucasxix@yahoo.es
El génesis podemos trazarlo a mediados del siglo XX, como dice en los Evangelios según AC/DC (Track 3, Álbum IV): “En el principio volviendo a 1955, el hombre no conocía el espectáculo del rock and roll”, aunque sí conocía países en la ruina gracias a las crisis económicas, y en la ruina, también, por la destrucción belicista. Las generaciones de entonces estaban impresionadas, era admirable ver tantos prodigios de la ciencia y la tecnología juntos, nunca habíamos alcanzado tanto progreso y tanta destrucción. A los nacidos en esos tiempos, como en cualquier otro, se les planteaba la gran pregunta: ¿Cómo expresar nuestro momento?
La música de este siglo se ha visto transformada más que cualquier otro arte, en ella es donde mejor se refleja eso que Hegel llamó el espíritu de los tiempos. La misma inteligencia que inventó la bomba atómica y exterminó a toda una población, tuvo también la gracia para construir el amplificador de sonido y la guitarra eléctrica. A la sociedad de posguerra le quedaría una imaginación rota, ya nada tendría la inocencia del pasado, sus referentes eran obras futuristas como War of worlds de H. G. Wells o Brave new world de Aldoux Huxley, pesadillas totalitarias como 1984 de George Orwell. De allí nacería un pequeño grupo de artistas, músicos en su mayoría, que ha permanecido por fuera de los círculos cultos y populares. Ellos se enfrentaron al mundo con una música estrepitosa y fuerte como la guerra, con un sonido frio y pesado, como el metal bélico. El nombre de esta música, que hoy representa toda una cultura, se conocería con los años como Heavy Metal.
El heavy metal, aunque deriva del rock, se apartó de la esencia popular de su origen para replegarse en sí mismo como una metacultura, en la que, como afirma George Steiner: “Exhiben sus reliquias. Enumeran a sus antiguos maestros y a sus rebeldes, a sus sumos sacerdotes (…) Hay en el mundo del Metal grados de iniciación que van desde las vagas empatías del novicio hasta la ácida erudición de los escolásticos”. Por ello, para los Metalheads o Metaleros, no es necesario validar su modo de vida a través de lo masivo o de la moral imperante, por el contrario, estar por fuera de lo común le da carácter subversivo a su cultura, han desarrollado una perspectiva propia del mundo desde la cual se alimentan de la historia y la realidad para recrear sus propias mitologías y símbolos.
El metal es un género musical de culto y como fenómeno cultural, también depende del consumo, pero lo trasciende convirtiéndose en una identidad que no pertenece al mercado sino a sus elegidos e iniciados, es una forma de ser y entender el mundo. Ante la arrolladora industria de la cultura en la que todos los gustos tienden a igualarse para que no haya individuos sino masas, el Metal, al igual que otros géneros como el jazz y el blues, se han mantenido firmes marcando sus diferencias, delimitando su historia y privilegiando a sus seguidores con una música extraordinaria y única.
Ha pasado medio siglo más, un siglo entero y estamos a principios del XXI, ya podemos constatar que la música, “esa diablura” que es el metal, ha influido en todos los aspectos de la cultura, dejó de ser un círculo hermético para convertirse en una hermandad cuyos códigos hoy son imitados. Todo esto exige una meditación desde adentro que describa cómo se ve el mundo desde el mundo del metal, poner en palabras todo lo que está música mueve, no como justificación, sino como registro.
Prendamos pues La forja de Hefestos, hagamos del metal un arma preciosa y para empezar cantemos un himno de batalla que dice: “Los dioses crearon el metal, y vieron que era bueno. Dijeron que había que tocarlo más ruidoso que el infierno, y prometimos que lo haríamos”.
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